lunes, 16 de noviembre de 2009

ASTROS Y CABALLOS


Según nos relata uno de los historiadores del emperador Tiberio, estando éste exiliado en la isla de Rodas, esperando la muerte de Augusto, confundidos sus sentimientos entre el temor por su propia vida y la esperanza de sucesión de Tiberio en el trono, consultaba directamente a su astrólogo, Thrasillus, los auspicios de los astros; enervado un día por el ya largo destierro en contradicción con los buenos augurios de Thrasillus, le preguntó, al borde mismo de un rocoso acantilado sobre el mar, que rugía siniestramente bajo ellos, por su propio horóscopo. El astrólogo extendió sus instrumentos, realizó complejos cálculos, los estudió sombríamente y respondió: " En este mismo momento estoy en inminente peligro, debo cuidarme especialmente del aire y del agua". Tan inteligente respuesta indudablemente le salvó la vida.
Y es que, el oficio de astrólogo ha sido muy peligroso a lo largo de toda la historia. La pregunta realizada por Tiberio parece ser que era frecuente en el Imperio Romano. Si el astrólogo respondía que para él todo iba bien, era mandado matar para probar lo contrario, así nos narran las crónicas que uno de ellos, llamado Asclation, respondió:" Mi destino es ser devorado por los perros", y el César de turno lo mandó crucificar. Cuando lo clavaban a los entonces clásicos maderos, una lluvia torrencial permitió que los feroces y hambrientos perros del circo se escaparan de sus jaulas y despedazaran como es debido a Asclation. Sirva de aviso para descreídos recalcitrantes.
El problema es que, desde sus orígenes, la astrología estuvo vinculada al poder, y reyes y gobernantes buscaron en ella una predestinación excepcional, y básicamente un calendario de días fastos en los cuales destrozar a sus enemigos o acometer guerras, alianzas o treguas ventajosas. El astrólogo devino en una especie de cortesano supernumerario al que se consultaba desde el destino de un imperio hasta la conveniencia de extracción de una muela.

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