lunes, 1 de marzo de 2010

HISTORIA DE UNA PASIÓN


Roma, que siguió las pautas griegas en tantas cosas y tuvo la virtud de saber apreciar e integrar los logros culturales de los pueblos que dominó, no podía mostrarse indiferente con el caballo. Los hipódromos florecieron por todo el imperio y, como muestra de su grandeza, el Circo Máximo llegó, en sucesivas mejoras a tener capacidad para albergar cómodamente a doscientos cincuenta mil espectadores. Se disputaban allí ocho o diez pruebas, en principio, los días festivos, que el éxito fue aumentando hasta las doscientas jornadas anuales. En ellas participaban los ejemplares más selectos de cada lugar del imperio.
Pero, además del espectáculo, Roma se ocupó de la cría, buscando los lugares más apropiados y, naturalmente, de los aspectos jurídicos. No deja de asombrar la semejanza de la reglamentación romana con los actuales Stud Books: la identificación era muy estricta y se hacía por medio de la descripción del pelaje y de las marcas a fuego que señalaban al propietario o al criador. A cada ejemplar se le adjudicaba un nombre que debía ser respetado y aclarado cuando se prestaba a dudas o confusión. El certificado de genealogía debía incluir, además de los ascendientes, la actuación en las pistas, la procedencia u origen y las personas que habían intervenido en la adquisición o el transporte.

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