lunes, 15 de marzo de 2010

CABALLOS EN EL CINE


Babieca, Rocinante, Bucéfalo, y otros cuadrúpedos de similar pelaje han tenido en la pantalla su abundante ración de gloria. Uno, que se apasiona por jacos más próximos y de menor alzada, lamenta que al cine le haya interesado más lo épico que lo hípico, y que las incursiones de la cámara en el mundo del turf, a excepción de algún título ya clásico Un día en las carreras, se caracterizasen por su falta de rigor y su tópica superficialidad. De ahí que me resulte más grato y fácil rememorar secuencias o diálogos pertenecientes a filmes, cuya trama poco o nada tiene en común con las carreras y su entorno.
El récord absoluto en caballos filmados lo ostenta John Ford, cuyo historial está, en gran parte, hoyado por los cascos. En su vasta nómina hay, al menos, un par de títulos: La hoja de trébol y Sangre de pista cuyo argumento y acción transcurre en el hipódromo. El Gran Tuerto, filmó ambas en los albores de su carrera, y fueron como dos premonitorios relinchos, que el posterior alud de títulos sepultó en la estampida. Cuando rodábamos en Kentucky Sangre de pista, había una potrilla que era una preciosidad, se alejaba de la manada y corría a jugar conmigo o se detenía a mirarme junto a la silla, el dueño me dijo un día. ¿Porqué no le pone un nombre, está loca por usted? La llamé Lady Ford, y no es que sea aficionado a las carreras de caballos pero sé que cuando compitió ganó con facilidad sus tres primeras pruebas; luego se lesionó y pasó a la cría, teniendo, me consta, varios hijos famosos (John Ford a Peter Bogdanovich).

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