lunes, 25 de enero de 2010

HISTORIA DE UNA PASIÓN


Si es cierto que los mitos suelen encontrar su causa en los deseos o temores del inconsciente, el del centauro -un deseo de identificación, tal, que transforma a dos en uno - resulta una explicación bastante adecuada para el enigma de que el mismo ser que ha aniquilado muchas especies y ha hecho pagar a otras su domesticación con el precio de una muerte sostenida - nacer con el exclusivo fin de servir de alimento -, que viene a ser peor, porque supone la pérdida de la dignidad, haya dedicado sus esfuerzos, a lo largo de siglos de historia, a ennoblecer al caballo.
En efecto, el hombre, por alguna oscura - o, mejor, luminosa - razón, ha insistido, como si alguna cuestión personal le fuera en el asunto, en llevar al équido desde tareas tangibles del alimento, el trabajo, el transporte o la guerra, a la pura exaltación de lo que, a su semejanza, encuentra la utilidad en la expresión de sí mismo - nada, por supuesto, más lejos de lo inútil -. Eso que hemos dado en llamar "purasangre".

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